miércoles, 2 de septiembre de 2020

Presentación Hora cero de la democracia en Chile. Fotografías de inicios de los ‘90

 

Presentación

Hora cero de la democracia en Chile

Fotografías de inicios de los ‘90

Autoras: Kena Lorenzini y Cynthia Shuffer

30 de noviembre 2018 – Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. De la presentación participaron también Fanny Pollarolo y Beatriz Sánchez.


*Karen Glavic

 



Lo primero que salta a la vista en la Hora Cero de la democracia de Kena Lorenzini y Cynthia Shuffer es la coincidencia de ésta con el uniforme militar. Basta abrir el libro, verlo en diagonal, para que las capas, armas y la imagen del dictador Pinochet retengan el foco, la mirada. O es que tal vez conmociona la insistencia, la literalidad del arranque de la hora cero. Estas imágenes son sin atajos.

Es problemático llamarla Hora Cero, plantea Cynthia. Y con ello remite al problema del origen o, más bien, a lo paradójico de signar un origen espurio sobre el significante democracia. Tal vez, y aprovechando el foco sustraído por los uniformes militares, la pregunta podría apuntar a qué democracia pensamos, deseamos. No por nada hay quienes la han preferido con apellidos, con nombres en com-posición que puedan darle profundidad, radicalidad o agonismo, por solo sobrevolar nociones. “Democracia protegida” la llamamos durante un tiempo; democracia en Chile es un signo polifónico y una pregunta abierta para el presente de la organización de la política y los movimientos sociales. Pero nos movemos en los límites de la democracia liberal que ha sitiado el profundo laboratorio del neoliberalismo en Chile, y eso es seguramente la base de nuestra disconformidad.

A 28 años de la “hora cero” el estupor, la rabia, la “patada en los ovarios” que refiere Kena Lorenzini al recordar el tiempo en que su cámara hizo un tiempo sobre las imágenes del dictador impune en los escenarios de la república, son un largo trago amargo de costumbre. Una respiración contenida, una ojeada retrospectiva sobre nuestra democracia y sus límites. Límites corridos con nuevos actores, con nuevas escenas, con la posibilidad de correr fronteras. Es innegable que el significante Pinochet ha sido desafiado, que el “y va a caer la educación de Pinochet” en las marchas estudiantiles del 2011, es la puesta en palabras de un contenido latente, de imágenes latentes.

El libro recoge una particular preocupación por el diálogo y lo comunitario, por imágenes que -en una referencia rápida a Didi Huberman, autor trabajado en el texto - figuran un pueblo. Y es que el uniforme militar señala un marco, pero no lo clausura. La composición, textos y montaje del foto libro expone, habla claro y directo. De esto se trató aquello que se ha llamado “la vuelta a la democracia”. Quizás ese título es más injusto que “hora cero”, pues de aquello que había antes del golpe de estado de 1973, el trazo de la comunidad que construyó el pueblo que fue duramente reprimido, de esa democracia sí que perdimos el rastro. Chile perdió el rastro, el mundo perdió el rastro, pues lo reconstruido después de la derrota fueron significados nuevos para la palabra democracia

Al leer el relato experiencial de Kena Lorenzini abraza una profunda emoción. Y es que el rol de los fotógrafos y fotógrafas de trinchera, los militantes de la imagen, es un aporte invaluable para el archivo de la lucha y la resistencia. La obstinada valentía, el sentimiento de urgencia y el llamado comprometido a registrar lo imposible de olvidar, hace que este libro sea un nuevo aporte al archivo de la imagen en negativo de la historia oficial.

Decía que el libro propone un diálogo, se instala allí. Toma resguardos, pasa avisos, nos sugiere que en la entrada del diálogo hay lugar para los equívocos, para los pensamientos en voz alta, para las imágenes obturadas en el calor de la urgencia del momento y del formato análogo. No son necesarias las disculpas. La secuencia de fotos sobre un Pinochet cómodo en la silla del Congreso es precisamente la conmoción que no debe abandonarnos.

La llegada de Patricio Aylwin al gobierno marca un momento, un hito. No hay duda. Hemos insistido como consigna y convicción en las continuidades de la dictadura, pero también es cierto que una nueva imagen toma la posta. Sabemos que el mundo se mueve a través de imágenes. Por eso es importante señalarlo y plasmarlo, darle relato y lugar a 28 o 29 años. Los noventa suelen ser los amigos no gratos, la época de la profundización del modelo, de su instalación definitiva, de la desarticulación de los movimientos sociales en políticas de estado subsidiario y la alcaldización de la política. Una resocialización del pueblo de la que las autoras, por cierto, tienen noticia; un tema que ha sido estudiado y analizado ampliamente por profesionales y militantes de la historia, la sociología y la política en Chile. Los noventa son los convidados de piedra, el reflejo de la indiferencia, la exacerbación del consumo. Pero también son otras imágenes. Son las contradicciones de la recién instalada democracia de los acuerdos, la resistencia a ella, la lucha contra sus figuras totémicas. Son los Lautaro y los Frente Autónomo, son los Palma Salamanca enfrentando esa democracia que no queríamos y luego escapando en helicóptero. Los noventa acechan, aparecen como esas imágenes que el inconsciente reprime, pero sabemos que lo reprimido insiste. No hay vuelta.

También hay quienes defienden los noventa. Que insisten que la democracia liberal siempre es mejor que el reguero de muerte que el autoritarismo impone. Y es para ese chaleco de fuerza que son necesarias otras imágenes, un contra-archivo, como proponen las autoras, que no cerque los espacios para la imaginación política. Que no remita la muerte solo a la dictadura. 

 


Me parece que tenemos que hablar de los noventa. Aunque tal vez hablo desde la falta propia. Tiendo a creer que nuestro inconsciente óptico se mueve entre las imágenes-señuelo del caos de la Unidad Popular, la violencia de la dictadura y los triunfos de la democracia para el consumo. Las batallas políticas y estéticas de los noventa y dosmiles han estado profundamente marcadas por la derrota. Por el sublime sentimiento de la catástrofe, por la palabra robada, por lo innombrable. Las fotos de Kena Lorenzini y los textos de Cynthia Shuffer son materiales para la palabra, para la puesta en circulación de otro en-común. Este es uno de los principales valores del texto. Digo uno de los principales valores porque rescato otros varios. Rescato el diálogo intergeneraciones que, si bien, no es explícito, es materia sabida conociendo a las autoras y reconociendo el lugar que cumplen en el montaje del foto libro. No se trata de que una transmita a otra, o no en el sentido clásico de quien vivió una experiencia y le enseña a quien no, dialogan en dos voces que solo cada una de ellas puede tomar: la de quien fotografió el momento que vivió y militó, y la de quien comprometida, y diré también amorosamente, se dispone a la tarea de ordenar y dar lugar a aquellos fragmentos y negativos de lo reprimido. De lo guardado. No es un orden para la clasificación y la clausura de sentido, es una puesta en circulación desde unos ojos y un cuerpo, que observan y se hacen de materiales que solo pueden emerger desde este lugar situado, desde un presente que mira hacia delante y hacia el pasado.

Antes hablaba de la importancia de las imágenes en secuencia. De la composición de fotos con encuadres que no siempre rescataríamos como las fotos oficiales de un momento. Un zapato, un medio cuerpo, una mueca, unos ojos cerrados. El nuevo presidente y el antiguo dictador sorprendidos en el instante que la historia no siempre recuerda, pero que marca las horas de nuestro cotidiano. Un joven Andrés Chadwick pasea por La Moneda, una Evelyn Matthei es retratada de perfil. Ambas figuras de la dictadura, ambas figuras de nuestra actual derecha con importantes cargos públicos son parte del inventario y del álbum fotográfico de nuestra democracia. De esta que nos disgusta en su hora cero y en su repetición. No hay sorpresa en la aparición de los personajes. Como máximo hay un enfoque y un desenfoque, una desaparición o borradura momentánea, que en la próxima imagen del libro nos recuerda que a la “hora cero” le dieron el puntapié inicial los mismos que hoy hacen tiempo en el segundo tiempo. Me pregunto igual, ¿es este el segundo tiempo del partido?

Es cierto, son los militares y las figuras políticas del pinochetismo las que impactan en el libro. Las que lo recorren con insistencia. Pero también lo son las figuras de la transición. Sus ideólogos, los políticos de los acuerdos que en medio de los uniformes aparecen capturados en una pose compungida o distraída. Los Correa y los Zaldívar se cuelan en medio de la coreografía de la construcción democrática, aunque las imágenes del libro no insistan, habitan su imagen-tiempo con soltura.

Las autoras, decíamos, apuestan por un proponer en colectivo. Y en eso recuperan también las imágenes de un pueblo. De un pueblo que protesta por la impunidad que se asoma y se instala, y que también llora a los ideólogos del modelo. La imagen como la política es un campo en disputa. Y esta es la razón por la que la democracia que soñamos e imaginamos es un haciendo y un por-venir. El registro y el relato del funeral de Jaime Guzmán nos recuerda a ese gran porcentaje de Chile que no solo avala la dictadura, sino que también es beneficiaria directa o indirecta de sus efectos que, al menos, en lo simbólico, han instalado un goce en el consumo, en la movilidad social y el crecimiento, que no terminan de instalar como sentido común la necesidad de la lucha por los derechos sociales, menos decir la confianza o necesidad de la participación política.

Habitamos un mundo que circula y se construye en imágenes, hoy por hoy es difícil anudar una política por fuera de esta evidencia. La pregunta es siempre, entonces, qué hacemos con ellas, y sobre que marco, sobre qué régimen de visibilidad montamos nuestros archivos. Es cierto, no se trata tanto de remarcar la hora cero de esta democracia porque no hay nostalgia por este ni por otro origen. Todas aquellas imágenes que anhelamos, las de lucha y resistencia, las de un pueblo, son también materia de un contra-archivo, no para negarlas, no para mirarlas con la desazón y el reojo que durante años imprimió la derrota, sino que para imaginar un en-común que pueda imaginar otros horizontes posibles.

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