domingo, 30 de agosto de 2020

Reseña: Abismos temporales. Feminismo, estéticas travestis y teoría queer

 

RESEÑA

Abismos temporales. Feminismo, estéticas travestis y teoría queer.

Autora:Nelly Richard

Santiago de Chile, ediciones/metales pesados, 2018

 

*Karen Glavic

 

Abismos temporales. Feminismo, estéticas travestis y teoría queer de Nelly Richard comienza sin aviso previo. Aterriza como primera estación en el texto “Seducción / Sedición” que fuera leído en la inauguración del Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana de 1987 sin prevenciones. Sin más prevenciones que el título que agrupa los ensayos del libro y un índice que circula en torno al cuerpo, la palabra, los desplazamientos, un nombre propio -el de Lemebel-, las rarezas y excentricidades, las ideologías, las mujeres. Nada, tal vez, que no pudiera intuirse del título y de la trayectoria que Nelly Richard nos ha señalado sobre su propia escritura. No hay un prólogo que indique sus objetivos, que sincere a la autora con sus intenciones, no hay un primer señuelo que encauce la mirada.

 

¿A qué abismo de tiempo invita el libro? Una lectura previa a la propia lectura podría evocar la relación que la teoría queer ha establecido en torno al tiempo. La resistencia al futuro que proviene tanto de los relatos que rehuyen de la modernidad y el progreso, como aquella interpretación que la une a la pulsión de muerte y a la resistencia al futurismo reproductivo. Otros abismos podrían trazarse entre los conceptos que siempre en la pluma de Richard son tácticos, no exegéticos. Aquello lo recuerda su conversación con Jorge Díaz, donde reaparece su estilo: “yo no investigo, yo escribo ensayos”. Otro abismo lo designa el propio tiempo de los textos. Las décadas que unen y desunen la trama de las lecturas en torno a lo masculino y lo femenino, al género, a la insistencia en instalar la palabra feminismo en el espacio público.

 

La edición de Abismos temporales es un hilado fino. Un tejido que comienza en los ochenta del siglo pasado pero salta sin problemas entre décadas, momentos, reflexiones, anécdotas, complicidades, afectos, activismos, comentarios de textos, recuerdos. No hay tiempo lineal, no hay periodización estricta sino, mas bien, un agrupamiento en torno a tópicos presentes en la prolífica escritura de Nelly Richard, que recuerdan sus críticas en torno a la cultura, su siempre actualizado repertorio teórico, su mirada feminista. Son además textos sobre textos. Ese ejercicio de rescritura sobre ensayos pasados que convocados por alguna coyuntura son revisados, completados, fragmentados, rescritos. Nuevamente nos encontramos con una compilación de textos de Nelly Richard que circulan por sobre sus preocupaciones y ocupaciones teóricas: el trazado de su propio procedimiento deconstructivo, la puesta en tensión de los discursos y prácticas que domestican el potencial disruptivo del feminismo, y, para el caso, una particular atención y recopilación de escritos en torno a las estéticas travestis. Digo estéticas no sin precauciones, no se trata de retomar los debates extensos y polémicos en torno a sus construcciones o reconstituciones de escenas artísticas. Se trata más bien de recuperar al travesti como metáfora que permitió y permite desestabilizar y correr el límite entre lo femenino y lo masculino, binomio teórico y político que ha organizado a los feminismos ya sea para reafirmarlo o superarlo.

 

Esto último es interesante si pensamos sobre todo en la construcción del libro. En su puesta en escena. Volver a “Seducción / Sedición” podría fijar un principio no solo histórico, también una primera posición. Recordemos que el Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana agrupó a mujeres en un gesto que se preguntaba por la ausencia de ellas en la escritura, y por la posible potencia disruptiva de “lo femenino” incorporado a priori en el cuerpo-mujer. Nelly Richard toma distancias, su famoso Masculino/femenino. Prácticas de la diferencia y cultura democrática publicado en 1993, tomará aún mayor posición en torno a la pregunta por el sexo de la escritura, y el peligro de hacer de la escritura de mujeres un reducto esencializado que repite los gestos que la autora describe como propios de la metafísica.

 

Y es que “las mujeres” fueron una potencia en dictadura. Una potencia que se organizó en función de correr los límites de la democracia que, para entonces, se exigía a través de la protesta en la calle, los extramuros de la reflexión, y también en reductos que luego allanaron el camino a la institucionalización académica de los estudios de género. Uso las comillas sobre la palabra mujeres, en el gesto de toma de distancia que Nelly Richard insiste en este y varios otros de sus trabajos. Las mismas que solicita cuando interpela y analiza el coloquio Por un feminismo sin mujeres que organizara el colectivo CUDS en el año 2010, en el cual participa con un texto incluido también en Abismos temporales. N. Richard se pregunta por la acción de expropiación que se observa a través del título de la convocatoria. Y es que “las mujeres” ya han sido puestas en cuestión por las comillas de la deconstrucción, por el posfeminismo en el que la autora sitúa su trabajo, ese que en sus procedimientos, ha tensionado las identidades fijas de lo masculino y lo femenino. Finalmente, el reclamo de Richard sobre el gesto desprevenido de titular al coloquio sin las comillas, pareciera apuntar a que sin querer se reafirma una identidad fija que ya ha sido deconstruida, y que, entre otros derroteros, ha “prestado servicios” a la propia teoría queer y su pretensión de un más allá del género.

 

El yo y el nosotras ya ha sido desestabilizado en la obra de Nelly Richard. Cualquiera sea la entrada a sus textos, es el flujo de lo que podríamos llamar ampliamente como deconstrucción lo que está a la base de cualquier referencia a las identidades sexuales. Esto no quita, por cierto, que las mujeres sean consideradas como sujetos sobre los cuales se concentran desigualdades y opresiones, ni tampoco se las excluye de su lugar de acción en el feminismo, sino que mas bien discute aquellas interpretaciones que las sitúan en una ontología victimizante, carentes de goce o demasiado alineadas con una forma de hacer política que no considere los vaivenes de las poéticas que provienen del arte o la literatura. Esta diferencia queda marcada en textos como “Rarezas y excentricidades” y “Perversiones semánticas y otras”, ambas dentro del tercer apartado que lleva por nombre Ideologías. Aquí otro salto temporal. Un hilado fino, decía antes. Un recorrido que va desde el recuerdo de la exhibición de un filme porno en el Día Internacional de la Mujer en plena dictadura, impulsado por Diamela Eltit y Lotty Rosenfeld, hasta la performance “Ideología” de Felipe Rivas San Martín que fuera censurada en el Centex de Valparaíso. El trazado en torno a la censura, la ideología y los límites del propio feminismo hace que este sea uno de los apartados más interesantes del libro. En general, Abismos temporales fluctúa entre aquello que Richard pensó, escribió y participó en los años ochenta y noventa, con lecturas y actividades presentes; en un ademán que pareciera intentar explicar que su preocupación en torno a lo trans y el travestismo que tuvo  domicilio primario en Dávila y Leppe, anticipó escenas que luego la teoría queer daría cuerpo. Una suerte de intuición respecto de lecturas que aún no llegaban, como la recepción tardía de El género en disputa de Judith Butler, por ejemplo. Lecturas metropolitanas sobre las cuales tampoco alardea o se alinea en torno a sus postulados. Siempre atenta, la autora pone resguardos sobre las diferencias entre la realidad latinoamericana y la hegemonía que han alcanzado los estudios queer en la academia norteamericana. Pone atención sobre los cambios de nomenclatura, las traducciones o transliteraciones (kuir, cuir), pero también distingue lo que podríamos llamar un activismo queer metropolitano de una disidencia sexual local. Ambas se cruzan, hay lecturas, inspiraciones, pero también espacios y tiempos propios.

 

El recorrido por la palabra ideología es importante en la compilación del libro. Resuena en la obra censurada de Rivas, pero también en la manera en que el feminismo fue aplanado por la palabra género durante los años de la transición. La sociología (aquella “transitología” con la que la autora ya se ha batido en varios conatos a lo largo de su obra) y también la institucionalización de los estudios de género y la creación del Sernam en los noventa, asentaron la ideología de un sintagma mujer equivalente a la idea de familia, que es brillantemente leído en “Perversiones semánticas y otras” como uno de los principales rasgos de la transición chilena a la democracia: la hegemonía discursiva de la Iglesia Católica en el debate sobre los “temas valóricos” a los que fueron reducidos los derechos de las mujeres. De la creación del Sernam y del debate en el Congreso que suscitó la Cuarta Conferencia de Beijing, Nelly Richard es capaz de trazar un hilo que en la ideología llega hasta el “bus de la libertad” (bus del odio) impulsado por personajes anti derechos como Marcela Aranda, y la “performance travesti” del senador Felipe Kast que disfrazado de mujer realizara un video de campaña para “empatizar” con la situación exclusión y violencia diaria que viven las mujeres. Claramente, Richard distingue la apropiación del disfraz del desplazamiento metafórico que realiza el travestismo. No es lo mismo un disfraz que encubre y lleva a un segundo plano a las mujeres, que el despliegue performativo y político de la figura del travesti.

 

Abismos temporales es también un intercambio amistoso, afectivo. Esta hebra que es posible de encontrar en buena parte de los textos de Richard, se encuentra aquí en la conversación con Jorge Díaz que pone al día el Congreso de Literatura Femenina, en la entrevista a Pedro Lemebel que apareciera originalmente en la Revista de Crítica Cultural en 2003, en las alusiones cómplices a los eventos e intervenciones realizadas con mujeres en los ochenta y noventa en La Morada, en la proyección de Paris is burning junto a Víctor Hugo Robles en la discoteca Naxos, las palabras agradecidas a entrañables y admirables autores como Jean Franco o Néstor Perlongher, que dan cuenta no solo de inspiraciones teóricas, sino que también de genealogías feministas en lo intelectual y lo militante.

 

La profundidad de estos Abismos temporales aportan a una mirada transversal sobre el presente, con vaivenes históricos que fluyen desde el pasado, que permite observar la potencia que el pensamiento y la militancia feminista ha logrado en los últimos años. El camino cimentado por las acciones políticas y la reflexión teórica que proviene desde los ochenta, permite entender y seguir movilizando una tarea que hoy por hoy no está acabada. Nelly Richard es insistente cuando de usar la palabra feminismo se trata, pues atribuye a la hegemonía noventera del género, buena parte de los silenciamientos y apaciguamientos de la explosión crítica de los ochenta. Hoy el feminismo no está menos amenazado aunque fluya firme en mareas y olas, la puesta en distancia de las comillas sigue siendo necesaria para las mujeres, para evitar esencialismos, para luchar contra los biologicismos, para evitar la lectura acrítica de la teoría queer metropolitana. Abismos temporales es también una suerte de reconciliación que no niega la trama de las tensiones. Las imágenes travestis que han inspirado a Nelly Richard conviven esta vez en un mismo texto: Dávila, Leppe y las Yeguas del Apocalipsis dialogan entre ellas y con sus devenires y predecesores queer, pospornográficos, disidentes, performeros, seductores.

 

sábado, 29 de agosto de 2020

Grupo de lectura sobre Judith Butler: DESPOSESIÓN




 

Un deseo feminista en la Revista de Crítica Cultural

 

*Karen Glavic 


Ponencia presentada en la X Jornada de Historia de las Izquierdas, Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas CeDinCi, Buenos Aires, octubre de 2019.

 

 La Revista: la transición de una escena

El primer número de la Revista de Crítica Cultural aparece en el año 1990, mismo año del retorno a la democracia. Se anunciaba, para entonces, una “democracia protegida”, una transición que desde las negociaciones, pugnas y acomodos que posibilitaron el plebiscito de 1988, en el que triunfó el NO a Pinochet, se podía vislumbrar un escenario de debate y política cultural que estaría tensionado por una institucionalización de las formas más creativas de resistencia de los años ochenta y un ejercicio de pacto y consenso que perseguiría un clima de gobernabilidad. La Revista fue publicada por casi 20 años con una frecuencia bianual, tuvo un carácter independiente y sin encargo que solo respondió a la voluntad y energía de quienes se [sintieron] autoconvocados por su proyecto[2]. De allí que podría leerse el “deseo de revista” en el que Richard cita a Beatriz Sarlo a propósito de Punto de Vista. La Revista de Crítica Cultural (en adelante RCC) fue una revista que sin dependencias institucionales circuló en un campo intelectual que respondía a proyectos políticos, estéticos y culturales diversos en el que la noción de margen o no-institucionalidad tiene ribetes matizados. Si bien es cierto que la RCC no fue un proyecto universitario ni tampoco ligado a grandes editoriales, que arrastró además la precariedad ochentera de la circulación acotada, el lenguaje opaco y la oposición a los relatos que se erigían como dominantes sobre todo en el campo de las ciencias sociales, sí contó con la publicación y participación de renombrados intelectuales, artistas y escritores, que paulatinamente fueron configurando un campo que hasta el día de hoy es interrogado y vuelto a interrogar en su autodenominada adjetivación de “marginal”. Mucho de ello responde, sin duda, a la profusa y necesaria lectura y relectura que ha tenido el texto Márgenes e Instituciones de Nelly Richard, publicado en 1986, en el que se presentaba un panorama sobre la llamada Escena de Avanzada, que agrupó a artistas diversos y dispares en sus proyectos, poéticas y prácticas como Carlos Leppe, Juan Dávila, Eugenio Dittborn, Diamela Eltit, Raúl Zurita, Lotty Rosenfeld, Carlos Altamirano, el filósofo Patricio Marchant, el sociólogo Fernando Balcells, y otros y otras que fluctuaron en una suerte de anudamiento amoroso, una construcción de escena sobre la que nadie podría dudar a estas alturas que la voluntad de Richard tuvo mucho de responsabilidad para su invención como cuerpo.

Mirar la Revista con detención es encontrar un panorama riquísimo de los debates intelectuales del Chile de los noventas y dos miles. No cualquier Chile, claro. El Chile de parte de un campo intelectual que provenía de una cultura de izquierdas crítica del fracaso del proyecto de la Unidad Popular, del dogmatismo estético de la izquierda partidaria y de las exploraciones conceptuales que fijaban terreno y servían de colchón para las políticas culturales del neoliberalismo. Intelectuales y artistas que eran legibles en las filosofías y gramáticas de “lo post” y que hicieron del debate modernidad/postmodernidad, dictadura/postdictadura, centro/periferia, autoritarismo/democracia, política/micropolítica, “crisis de los grandes relatos”, crítica cultural/estudios culturales, margen/institución, debate teórico/disciplina universitaria, masculino/femenino, entre otras, temáticas recurrentes para la discusión y escritura. Señalo estos pares en clave oposición y binarismo no sin estar advertida que en ello hay también un gesto que es propio de la escritura de Richard, de la lengua que explora y en la que circula con soltura y sin ataduras: la de “las filosofías de la deconstrucción”, esa en donde la crítica a los binarismos deviene multiplicidad y puntos de fuga.

El primer número de la RCC, publicado en mayo de 1990, compilaba autores y artistas ya conocidos para la Escena de Avanzada y sus interlocutores. Diamela Eltit y el filósofo Carlos Pérez Villalobos (ambos se mantendrían en el consejo editorial durante los 36 números), Adriana Valdés, Eugenia Brito, la portada de Lotty Rosenfeld y el diseño de Carlos Altamirano, más el diálogo que ya se había inaugurado con los sociólogos de la transición en la voz de José Joaquín Brunner, y los envíos y renvíos con intelectuales argentinos como Nicolás Casullo y Beatriz Sarlo, sobre los que es posible observar tanto una línea filiatoria en cuanto al tipo y contenido de la Revista, como un intercambio amistoso que se gesta durante los ochenta en encuentros en la ciudad de Buenos Aires. El consejo editorial estaba también integrado por el artista Juan Domingo Dávila, a quien Richard dedicó escritos e interpretaciones de su obra, quien ya se encontraba radicado en Australia y sirvió de editor de la Revista en dicho país, y fue responsable también de parte de la recepción de los textos de Richard en el extranjero.

Las lecturas sobre la Escena de Avanzada y el arte en Chile de los últimos cincuenta años han ahondado en el ejercicio de interpretar la creación e instalación del “concepto Escena de Avanzada” por parte de Nelly Richard. A través de entrevistas a sus (supuestos) protagonistas –pienso por ejemplo en el trabajo de Federico Galende en el libro Filtraciones o en las investigaciones doctorales de Paulina Varas, Tomás Peters y Ana del Sarto– ha  existido una prolífica interpretación, búsqueda, preguntas, rememoraciones y también disputas con esta construcción y denominación. La misma Richard se ha referido a ella en incontables ocasiones y retoma el hilo de estos conatos en libros como La Insubordinación de los Signos (2000) o Crítica y Política (2013), este último en conversación con Miguel Valderrama y Alejandra Castillo. Y, sin duda, resulta interesante observar una suerte de despliegue local y situado de unas “políticas de la amistad”, pero eso no debe descuidar la evidente intención de debate teórico e instalación de temas, autores y puntos de vista que Richard propone en los distintos proyectos que podríamos agrupar bajo el rótulo ambicioso y quizás algo molesto de “su obra” o “trayectoria”. Por lo tanto, más que el tras bambalinas de quiebres, enamoramientos y distancias, resulta interesante y necesario leer el pulso que la Revista de Crítica Cultural acompasó con proyectos como la Universidad Arcis, la Editorial Cuarto Propio, editores como Francisco Zegers, librerías como la Librería Lila, la librería de mujeres que fundara Jimena Pizarro, la primera en Chile y que nació en dictadura, los gestores de la Galería Metropolitana, entre muchos otros. De la Revista participan también artistas y diseñadores como Carlos Altamirano, Guillermo Feuerhake (que trabajaba con Eugenio Dittborn), José Errázuriz y Rosa Espino. Nombres que tal vez pudieran perderse entre otros, pero que son parte del trazado de la cartografía intelectual y estética de la RCC. Lo mismo corre para personas como la fotógrafa Rita Ferrer que se integra al equipo de distribución y publicidad en el año 1993, traspasando luego ese rol a Luis Alarcón y a Ana María Saavedra, quienes son hoy importantes gestores artísticos desde la Galería Metropolitana en la popular comuna de Pedro Aguirre Cerda en Santiago. El muy prolífico avisaje de la Revista es expresión también de las alianzas, cercanías y fidelidades que el proyecto editorial de Richard sumó durante sus 20 años de existencia: la ya nombrada Universidad Arcis, la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, el Museo de Bellas Artes y el Museo de Arte Contemporáneo, editoriales como LOM y Metales Pesados, la División de Cultura del Ministerio de Educación desde donde comenzaría a impulsarse una de las políticas culturales más características de los gobiernos concertacionistas, el Fondart; e incluso el Centro de Estudios Públicos, un think tank de derecha, con algunos miembros reconocidamente liberales y abiertos al debate de ideas con las izquierdas, y otros explícitamente conservadores.

Hay en la RCC su propio ejercicio de inscripción y lectura de la transición democrática, y su formato y propuesta da cuenta del tránsito que el propio “proyecto intelectual” de Nelly Richard estaba viviendo, pero, por sobre todo, leyendo de la coyuntura político-cultural chilena, de los debates latinoamericanos, y también de la academia norteamericana y francesa. Es por esta razón que antes hacía hincapié en la necesidad de poner en suspenso o, más bien, situar la noción de margen o independencia para hablar de la Revista. Es cierto, su circulación y financiamiento fue siempre a pulso, en base al avisaje y las suscripciones, pero también recibió fondos estatales vía Fondart y el auspicio de la Rockefeller Foundation y la Fundación Prince Claus de Holanda para algunos números. No parece, eso sí, que ello haya cambiado su línea editorial o modificado sus objetivos de base, sino que más bien sirvió para asegurar la publicación de ciertos números y su regularidad bianual. Los autores que la Revista compiló también sugieren una presencia intelectual internacional y un estado actualizado de los principales debates teóricos a nivel latinoamericano, pero ello no puede perder de vista el carácter aislado y periférico del campo intelectual chileno.

Usar la palabra transición para este apartado es también remarcar un debate. Hacer una apuesta. Richard desde los años ochenta fue parte de discusiones sobre arte, política y cultura con renombrados sociólogos chilenos. Norbert Lechner, Tomás Moulian, José Joaquín Brunner, entre otros, representaron los diálogos que la (posterior) crítica cultural inauguraría con centros de pensamiento como Flacso, y la sociología tanto en su versión de “transitología” y elaboración de políticas culturales para los gobiernos concertacionistas, como en su versión más crítica pero también sorpresivamente masiva, si recordamos que el Chile Actual, anatomía de un mito de Moulian fue best seller en plenos (y renovados) años noventa. Una de las insistencias de Richard, y me atrevería a decir, de la RCC es preferir la palabra postdictadura por sobre la noción de transición. Esto como un ejercicio doble: de un lado, como forma de distanciarse de los pensadores de la transición democrática que no serían otros que los profundizadores del modelo neoliberal chileno; y por otro, como forma de circundar y expandir las discusiones en torno a “lo post”, el prefijo post sobre la palabra dictadura, que tiene la virtud de no soslayar la palabra dictadura y todas sus insistencias (lo traumático, la impunidad, el sistema económico) y además dar cuenta de un cambio de registro que para Richard antes que temporal es epistémico:

 

Creo, más bien, que lo “post” –como una zona difusa se superposiciones y entrecruzamientos de registros no diacrónicos– no pertenece al orden simple de una cronología hecha de despidos y cancelaciones sino a la mutación de ciertos paradigmas que la modernidad creía enteramente sólidos y que luego se fragmentaron, abriendo paso a estados de sensibilidad y pensamiento más fluctuantes e indeterminados. El “post” (postestructuralismo, postmarxismo, postfeminismo, etcétera) marca, entonces, un salto epistémico que ayuda a reconceptualizar ciertos nudos teóricos de las matrices de origen del discurso de la modernidad (en la filosofía, la historia o la cultura), desocultando lo que había quedado reprimido o silenciado por sus dogmas y cánones[3].

 

Tras afirmar esto, Richard insiste en que, si bien, el debate modernidad/postmodernidad ya no está vigente (el libro citado fue publicado en 2013), persiste una caricatura sobre lo “postmoderno” que residiría en asociarlo con las “teorías del fin de la historia” o las “estéticas del simulacro”. La autora defiende la posibilidad que lo “post” ha brindado a la teoría para distanciarse de los dogmatismos del marxismo clásico, pero se resguarda de los gestos desmovilizadores o los guiños al neoliberalismo que pueden hacer estas teorías, que acaban clausurando la posibilidad de pensar proyectos emancipatorios. Cabe destacar, y algo más de ello hablaremos en el segundo apartado, que Nelly Richard se ha caracterizado por relacionarse con la teoría de manera bastante heterodoxa. En cierto modo, la crítica cultural representa la invención de una lengua que construye una poética, una crítica de la crítica, que hilvana cruces entre estética, política, estudios culturales y teoría feminista. Es por eso que es usual leer en sus textos la expresión “filosofías de la deconstrucción”, “filosofías de la diferencia” o conceptos como “devenir”, “lo minoritario”, “micropolítica” o “líneas de fuga”, utilizados de manera libre, a veces con referencias textuales y otras con referencias indirectas (un apellido en paréntesis que sugiere al autor). Se hace difícil seguirle la pista, a veces, su escritura circula y transita, por ejemplo, por una “diferencia” que podría remitirse a Deleuze, a Derrida o a un feminismo de la diferencia, cuestión que le ha traído enconados debates con la filosofía chilena y su obstinación, en determinadas circunstancias, con preservar los límites y el resguardo de la exégesis filosófica.

Siguiendo a César Zamorano[4], me parece importante destacar la posibilidad de leer a la RCC como un ejemplo de revista cultural en que se aprecia la relación el entorno político y cultural, que toma además posición sobre la figura del intelectual como un productor de narrativas que pueden intervenir en el aparato social y político de una época. En diálogo con los discursos de la sociología, la filosofía y la estética, la Revista, sin duda, busca instalar en determinado momento debates que puedan ser relevantes y decisivos para el período democrático que se instala. La cultura es considerada aquí un campo de lucha crucial en constante proceso de territorialización y desterritorialización –en sentido deleuziano–[5] que retoma la hebra de la lucha antidictatorial de los actores de la Escena de Avanzada, incluyendo nuevas voces e intervenciones reconocibles tanto a nivel nacional como latinoamericano. 

 

Nelly Richard, una escritura antifalogocéntrica

Una lectura feminista de los textos de Nelly Richard y, en específico, del proyecto de la RCC tiene la complejidad de su profuso campo de referencias y también, para el caso de la Revista, imagino, las discusiones, acoples y consensos de todo proceso editorial colectivo. Es por ello que ensayo lecturas a partir de lo que es posible conectar e intuir de la relación entre publicación y procesos políticos, y recepción de temas e intelectuales que la RCC deja ver. Es todo aún exploratorio, y también un fragmento de un proyecto más amplio que es leer a Nelly Richard en clave feminista. Parecerá una obviedad, pero lo cierto es que  es un proyecto todavía por desarrollar de manera sistemática[6]. Me parece que es posible hacer varias aproximaciones a esto que he llamado el deseo feminista en la Revista de Crítica Cultural. De un lado, me parece que es posible afirmar que en Richard la teoría feminista ha estado siempre presente como marco de interpretación y como insistencia política. Hay lecturas, como la tesis doctoral de Ana del Sarto que luego se transformaría en el libro Sospecha y goce publicado en Chile por la Editorial Cuarto Propio, que relacionan estrechamente el trabajo de Richard con los textos de Julia Kristeva. Si bien es cierto que Cuerpo Correccional que acompaña las performances del artista Carlos Leppe u otras lecturas en torno a lo semiótico son parte del bagage teórico de Richard, es también cierto que los usos teóricos de Kristeva están acotados momentos específicos, y a un híbrido entre texto-catálogo y ensayo. Las referencias a la madre (aquella reminiscencia obviamente kristeviana que se dejaría leer en el análisis de Leppe) parece ser un uso más bien táctico, pero sobre todo necesario para cierto contexto y ciertas obras. En resumidas cuentas, la obra de Leppe “pedía” una lectura de Julia Kristeva, quien además, obviamente, resultaba ser para entonces una lectura que llegaba a Richard y otros intelectuales chilenos por una cierta filiación con autores franceses. Cabe destacar también que la recepción intelectual estaba mediada por el contexto autoritario, el exilio y el desmantelamiento institucional de las universidades, y sumado a ello, la decisión de Richard y de los artistas y algunos escritores y escritoras de la Avanzada de permanecer al margen de la institución académica y los saberes ortodoxos. También se agrega un gesto de resistencia que hace de la opacidad un arma de lucha, una suerte de trinchera que en lo enrevesado de las formas y la “no transparencia” de los contenidos, pretendía ser crítica con el momento presente, con la represión dictatorial y con el arte de izquierdas que persistía en la literalidad y la propaganda. Para esos fines, autoras como Kristeva “prestaban servicios” sin dejar de instalar un nombre que a pesar de las interrogaciones que podemos hacer a su obra, también imprimía un carácter de compromiso teórico y político en proyectos como Tel Quel. Me parece que tanto en Cuerpo Correccional como en La Cita Amorosa, texto escrito también en formato ensayo-comentario de obra sobre el artista Juan Dávila, es posible leer el cruce que Richard establecía entre aquellas lecturas de las “filosofías de la deconstrucción” que recibía, discutía y compartía, en donde la noción de lo femenino circulaba entre el travestismo y lo materno, del mismo modo en que aparecían referencias a “lo múltiple”, la pornografía,  la prótesis, la homosexualidad, la diferencia sexual, entre otras, que parecían sobre todo remitir a un sujeto ya escindido, roto, pasado, sí se quiere, por el filtro de las filosofías posthumanistas, pero por sobre todo por la interrogación del carácter universal que volvía coincidente en sí lo masculino y la heterosexualidad. El juego de palabras, los fragmentos que Richard redacta en torno a la pintura de Dávila dialogan con soportes artísticos, conceptos, firmas y citas, en una suerte de búsqueda de lecturas improbables pero también íntimas, que revelan un claro tú a tú entre el artista y su crítica. Ese intercambio, este tipo de dupla fue una característica del trabajo de Richard con algunos artistas y también del arte en Chile en ciertos círculos, por qué no decirlo. Tanto Kristeva como el travestismo y la homosexualidad han sido entradas al feminismo de Nelly Richard. Si observamos, por ejemplo, la reciente compilación de textos publicada por la editorial Metales Pesados (2018), que lleva por nombre Abismos temporales. Feminismo, estéticas travestis y teoría queer, y retoma y ordena artículos publicados desde los años ochenta, vemos como se intenta trazar un hilo que permita hacer del travestismo una línea de lectura en sus textos, retomando los análisis sobre Leppe, recuperando diálogos con Pedro Lemebel y textos sobre Las Yeguas del Apocalipsis, haciendo de ello un cuerpo organizado en conversación con el biólogo y activista Jorge Díaz.

Pero ni la madre ni el travestismo son las únicas entradas. Las lecturas sobre Richard y también las conversaciones con ella que abordan su trabajo son cada vez más cautas en no generar cierres. Es que la autora no los permite aunque se pudiera asociar sus textos a un registro de “lo post”. No hay fidelidad con ese corpus, ya lo hemos dicho, y Richard lo ha nombrado según diversos autores en distintos momentos: como “usos coyunturales de la teoría” siguiendo a Stuart Hall, como “insurrección de los saberes sometidos” siguiendo a Foucault o como “intimidad crítica” siguiendo a Mieke Bal. Lo cierto es que, independiente de la denominación, es posible observar una exploración por un tipo de elaboración teórica que subvierte los límites académicos y disciplinares mucho antes de las discusiones en torno a la inter o trans disciplina, o la hibridación de saberes en los estudios culturales. El ensayo de Richard es teóricamente nómade pero comprometido con ciertas causas. Una de ellas es el feminismo.

Uno de los grandes hitos feministas de los años ochenta en Chile fue la realización del Primer Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana en el año 1987. Hacia fines de la dictadura, pero con ella aún completamente vigente, la organización de un encuentro de esta naturaleza significaba varias cuestiones importantes para el campo de las letras en Chile. El movimiento feminista había tenido una importante rearticulación con motivo de la resistencia a la dictadura, las mujeres conformaron espacios políticos en torno a la denuncia de la desaparición y la exigencia del fin de la impunidad y la defensa de los derechos humanos, pero también sobre la necesidad de pensar una democracia que extendiera sus límites hacia el ámbito de lo privado. Ya es de público y extendido conocimiento la famosa frase de la socióloga feminista Julieta Kirkwood: “democracia en el país y en la casa”,  que fue y sigue siendo representativa de la sabida exclusión de las mujeres del espacio público y la negociación política que trajo consigo la democracia. El Congreso de Literatura Femenina agrupó a escritoras chilenas como Diamela Eltit, Eugenia Brito, Carmen Berenguer, Raquel Olea, la propia Richard, y ensayistas argentinas como Beatriz Sarlo y Josefina Ludmer. La reunión consistió en tratar “lo femenino” en la escritura y la “escritura de mujeres”, por lo que las ponencias refirieron a autoras como Gabriela Mistral, Marta Brunet, Victoria Ocampo, Clarice Lispector o las venezolanas Elena Vera y María Auxiliadora Alvarez. De allí es posible extraer dos artículos clave de Richard Seducción/Sedición, leído en la inauguración del Congreso y publicado luego en La estraficación de los márgenes (1989) y ¿Tiene sexo la escritura? Incluido posteriormente en Masculino/Femenino (1993). En ambos textos Nelly Richard buscaba poner a circular “puntos de fuga” en torno a lo femenino, cuestionando el esencialismo de una “literatura de mujeres”, una “escritura femenina”, pero aún fuertemente influenciada por “lo femenino” en su potencia de devenir-minoritario, remitible, por cierto, a lecturas de Gilles Deleuze y Felix Guattari. No deja de estar también allí presente aún la influencia de Kristeva, pues se introduce la discusión con la falta lacaniana, en virtud de la inadecuación básica de la mujer con el campo de lo simbólico que le permitiría generar una suerte de “identidad” pre-discursiva no asimilable al consenso socio-masculino[7].

Remito a estos antecedentes y exploraciones porque brindan algo de contexto a los nombres que se repiten en las intervenciones de la Revista. Con distancias teóricas y políticas, pero con un profundo respeto mutuo y colaboración es posible ver a escritoras como Diamela Eltit, Eugenia Brito, Carmen Berenguer, Raquel Olea; filósofas y artistas como Guadalupe Santa-Cruz, Olga Grau, Lotty Rosenfeld, Paz Errázuriz o Kemy Oyarzún son figuras a repetición en las páginas de los 20 años de edición de la RCC. Todas ellas, con diferentes narrativas –más otras que seguramente paso por alto– participaron desde la crítica literaria, la literatura, la filosofía, la poesía, el arte y la fotografía en registros que podríamos llamar feministas. Provienen de la Escena de Avanzada, participaron del Primer Congreso de Literatura Femenina o fueron parte de centros de estudio y organizaciones no gubernamentales feministas. Probablemente, una de las características que las agrupó fue cierta independencia partidaria y gubernamental, aunque algunas de ellas fueron militantes de partidos y formaron centros de estudios de género universitarios, se mantuvieron al margen y con un discurso crítico en torno a la asimilación que los gobiernos concertacionistas hicieron de las temáticas de género en el Servicio Nacional de la Mujer que se inauguraría con la recién alcanzada democracia.

Gran cantidad de las páginas que Richard dedica al feminismo están dirigidas a la pugna con la palabra género. Mucho antes, según ella misma reconoce, de lecturas menos normativas sobre el término que pudieran sugerir autoras como Judith Butler o Donna Haraway, el género se transformó en la asimilación de la potencia rebelde de las manifestaciones feministas de los años ochenta, siendo reducidas a la aplicación de políticas públicas que relegaron durante muchísimos años temas clave en las agendas feministas: el divorcio, la violencia de género (circunscrita durante años al término “violencia intrafamiliar”) y, por cierto, el aborto legal. No es hasta el segundo gobierno de Michelle Bachelet que el antiguo Sernam adquiere el carácter de Ministerio (específicamente en marzo de 2015) y es encabezado por la militante comunista Claudia Pascual[8]. Por más de veinte años los gobiernos de la Concertación hicieron del Sernam una moneda de cambio que permitió mantener una agenda valórica conservadora. Desde 1990 el Sernam fue un espacio ganado y administrado, principalmente, por la Democracia Cristiana.

Varios textos de Richard buscaron poner en distancia los feminismo(s) del género. En ellos analiza no solo el potencial que las “filosofías de la deconstrucción” tienen en alianza con el feminismo, sino que también evidencia cómo la institucionalización a través de la palabra género terminó relegando a las mujeres y sus temáticas a espacios guetificados como servicios públicos o centros de estudios de género universitario. Es por ello que destacó en oportunidades el rol de la crítica y emparento a la crítica cultural como modelo de crítica feminista. Sobre esto es interesante una descripción de la autora en un texto publicado en 2009:

 

Las nuevas producciones críticas del feminismo teórico son también un modelo de crítica cultural por la manera en que prefieren las vueltas y las revueltas de una textualidad híbrida a la exposición científico-social de los conocimientos moldeados por la industria del paper que suele aplicar el sociologismo de género a las agendas temáticas de las políticas públicas. Tal como lo sugiere Ana Amado a propósito de Donna Haraway, son cada vez más las feministas que despliegan sus teorías “como una ficción apasionada, sin reconocer fronteras entre la reflexión especulativa, la estética y la política” (Amado: 2000:235), recurriendo para ello a figuraciones del pensamiento, a “conceptos-metáforas” que se mueven en sutil rebeldía contra las guías investigativas de las demostraciones-de-saber que controlan el registro científico-social de los datos numerables y verificables[9].

 

Hay en Richard un nomadismo teórico, pero también una estrategia y un compromiso con la causa feminista. Esto, se ejemplifica en una autora que no deja de intervenir en el espacio público, que elabora oportunos textos a la marea feminista de los últimos años y que, sobre todo, está siempre actualizando en función de lo que el presente exige. 

 

¿Otro margen?: el debate feminista en la Revista

Luego de un repaso panorámico sobre algunos aspectos relevantes del feminismo en Nelly Richard, quisiera destacar como esto es reflejado en la RCC. Ya decía antes, muchos de los nombres que vienen estableciendo diálogos cómplices, intervenciones y discusiones feministas con Richard son parte de la escena crítica ochentera. Digo crítica pues son parte de una izquierda y un movimiento feminista heterogéneo, difícilmente agrupable en un solo espacio de resistencia, pero sí en varios focos artísticos, estéticos, culturales y políticos de oposición al régimen autoritario. Decíamos que Diamela Eltit es parte del consejo editorial de la Revista durante sus 20 años de existencia y aparece también en el primer número. En sus diversas intervenciones publicará fragmentos de sus novelas, aportará con reflexiones sobre Amanda Labarca, perfiles sobre Jean Franco y la que fuera Secretaria General del Partido Comunista durante años, Gladys Marín. No solo hablará de feminismo, también de memoria y crítica literaria, fluctuará como Richard entre registros y los temas de la postdictadura. Así ocurrirá con otras como Guadalupe Santa-Cruz y Eugenia Brito; abordando feminismo y género serán más reconocibles Kemy Oyarzún y Raquel Olea, pero llamarán la atención célebres textos como la conversación sobre feminismo y deconstrucción entre Jacques Derrida y la española Cristina de Peretti que fuera publicada en la revista mexicana Debate Feminista, dirigida por Marta Lamas, y con anterioridad en la revista Política y Sociedad de la Universidad Complutense de Madrid en 1989. Dicha entrevista aterriza en el número 3 de la RCC, en 1991, y da cuenta de un énfasis, de un interés por la deconstrucción y de una lectura y diálogo con otras revistas e intelectuales feministas. Para el número 4, también de 1991, el turno será de Felix Guattari, allí se publicará un texto del autor y una entrevista realizada por Richard, más otro texto legible en el mismo campo temático,bajo la autoría de Néstor Perlongher que tiene por título “Los devenires minoritarios”. Cabe recordar que Guattari trenza una serie de relaciones con Latinoamérica que se traducen en su colaboración con Suely Rolnik, su mirada “molecular” al proceso del PT brasilero, y más tarde y por intermedio de Eugenio Dittborn también visitará Chile. En aquel intercambio Richard participa y lo entrevista, marcando una clara influencia que es perceptible en sus textos, pero también en otros activistas, artistas, editores y escritores chilenos[10].

Hacia el número 9 (1994) de la Revista aparecerá Chantal Mouffe con su “Feminismo, ciudadanía y democracia radical”, y también una polémica: una revisión de la censura de la que fuera objeto el Simón Bolivar travestido de Juan Dávila. De allí, número tras número se repiten nombres que hemos ido introduciendo a lo largo de este texto, pero sobre todo, Richard insiste en una operación crítica que definirá en sí misma como feminista. Por cierto, no solo se encontrará en la RCC autores circunscritos a las filosofías de “lo post”, también aparecerán allí los sociólogos de la transición, y los debates en torno a los estudios culturales en la voz de renombrados intelectuales como Néstor García Canclini o John Beverley. Lo mismo correrá para Beatriz Sarlo quien usualmente publicará textos antes editados en Punto de Vista o colaboraciones originales. Los nombres masculinos se repetirán y, probablemente, serán mayoría. De allí que el título de este apartado sugiera una pregunta por otro margen, esta vez, un margen feminista. La pregunta contiene cierta trampa porque una de las grandes discusiones que ha cruzado y problematizado a la noción de margen en Richard es cómo éste logró ser a la vez un centro, es decir, cómo ese margen productivizó una escena que estuvo lejos de la marginalidad con que se la describió, sobre todo a la vista del paso de los años. No creo que el feminismo tenga esta característica en la Revista ni tampoco en la obra de Nelly Richard. Si bien la influencia de sus textos es reconocible, la invisibilización de la teoría feminista en los debates intelectuales en Chile es claro y rastreable, sobre todo si consideramos que varios de los interlocutores y debatidores de Richard provenían del campo de la filosofía y la sociología. La autora ha reconocido en entrevistas y textos las pugnas que estos temas “particulares” le traían con sus más cercanos amigos y colaboradores, en la medida en que eran vistos como debates no centrales. De hecho, pareciera que la inclusión de autoras y lecturas feministas sobre el arte y la memoria fue constante, pero siempre menos preponderante que otros temas. Igualmente, no deja de ser relevante la incorporación desde sus inicios de autores y reflexiones clave para los cruces entre teoría feminista y postestructuralismo, y es observable como Nelly Richard imprime en sus artículos en la RCC la impronta de crítica feminista que la caracteriza, que entremezcla discursos y lenguajes entre poética, política y estética. La Revista de Crítica Cultural se dio fin sin despedidas,  llegó hasta el número 36, publicado en diciembre de 2007, tras casi 20 años de edición bianual ininterrumpida. En el número 35 de junio del 2007, fue incorporado un dossier clave para la discusión del arte de mujeres en Chile de los últimos años, un debate que marcaría un quiebre  respecto del lugar del feminismo en la curaduría y la práctica artística. La crítica suscitada en torno a la exposición “Del otro lado. Arte contemporáneo de mujeres en Chile[11]” curada por Guillermo Machuca, generaría controversias e intervenciones que tuvieron respuestas como la exposición “Handle with care” de Ana María Saavedra, Soledad Novoa y Yennyferth Becerra que ironizaba desde el título con la mirada masculina sobre “lo otro” femenino, presente en la exposición de Machuca, pero, por cierto, no sólo allí. El llamado de atención se dirigía a la estética, al arte, a la política. Para entonces Chile había movilizado un poco su conservadurismo con las primeras movilizaciones estudiantiles, una mujer presidenta demandaba ciertos ajustes en temas de paridad, pero, por sobre todo, la memoria de la movilización feminista de los ochenta, la aparición de nuevos colectivos, referencias teóricas e intelectuales, marcaron un nuevo ciclo que puso fin al deseo que movilizó la creación y puesta en marcha de la RCC. Los últimos números ya registran textos de la filósofa Alejandra Castillo. El número 36 incluye al artista Felipe Rivas San Martín, a Judith Butler, al activista Víctor Hugo Robles “el Che de los Gays” y a la jueza lesbiana Karen Atala que remeció el espacio público nacional con la disputa por la tuición de sus hijas, que perdió ante su exmarido por su orientación sexual. La Revista baja la cortina discutiendo sobre el parentesco homosexual con las voces actuales del feminismo y la disidencia sexual, y con un texto de una de las filósofas más influyentes para el campo de la teoría queer, aquella que además haría a Richard y (al feminismo francés, por cierto) poner en duda la influencia temprana de las lecturas de Julia Kristeva. Esta suerte de círculo para nada prolijo, este paisaje sinuoso de referencias, muestra las oscilaciones de una intelectual viva, atenta, despierta y receptiva ante las actualizaciones teóricas, los cambios y giros epocales, vanguardista, actualizada, exigida por el presente. Todo esto le ha traído críticas, discusiones y ha generado acalorados e interesantes debates para el arte, la crítica cultural y la filosofía en Chile. Si el desliz vanguardista o la insistencia en el presente se lee desde una óptica feminista, Nelly Richard es una activista, una tomadora de palabra que no teme pensar sobre la marcha, mezclar conceptos y hacer de la teoría un espacio de cruce, frontera, préstamo, traducción, pero también invención de necesarios imaginarios feministas.

 

Referencias

  • Mieke Bal. Conceptos viajeros en las humanidades. Una guía de viaje, Murcia, Cendeac, 2009. 
  • Ana del Sarto. Paradojas en la periferia. Nelly Richard y la crítica cultural en América Latina (Dissertation presented in Partial Fulfillment of the Requirements for the Degree Doctor of Philosophy), The Ohio State University, 1999. 
  • Federico Galende. Filtraciones. Conversaciones sobre arte en Chile (1960-2000), Santiago de Chile, Alquimia, 2019.Tomás Peters. Nelly Richard’s crítica cultural: Theoretical debates and político-aesthetic explorations in Chile (1970-2015), (submitted for the degree of Doctor of Philosophy), Birkbeck, University of London, 2016.
  • Nelly Richard. La insubordinación de los Signos (cambio político, transformaciones culturales y poéticas de la crisis), Santiago de Chile, Cuarto Propio, 2000.
  • Nelly Richard. “La problemática del feminismo en los años de la transición en Chile”, en Estudios Latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización 2, CLACSO, Buenos Aires, 2001. Disponible en http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20100914035407/15richard.pdf
  • Nelly Richard. Feminismo, género y diferencia(s), Santiago de Chile, Palinodia, 2008.
  • Nelly Richard (ed.). Debates críticos en América Latina, vol. I, II III, Santiago de Chile, Arcis/ Cuarto Propio/ Revista de Crítica Cultural, 2008-2009.
  • Nelly Richard. “La crítica feminista como modelo de crítica cultural”, Debate Feminista, vol. 40, octubre 2009, pp. 75-85. Disponible en http://www.debatefeminista.pueg.unam.mx/wp-content/uploads/2016/03/articulos/040_06.pdf
  • Nelly Richard. Crítica y política, Santiago de Chile, Palinodia, 2013.
  • César Zamorano. Revista de Crítica Cultural: Pensando (en) la transición, (Dissertation presented in Partial Fulfillment of the Requirements for the Degree Doctor of Philosophy), University of Pittsburgh, 2014.

 



[2] Nelly Richard (ed.). Debates críticos en América Latina, vol. I, II III, Santiago de Chile, Arcis/ Cuarto Propio/ Revista de Crítica Cultural, 2008-2009, p. 7. El texto corresponde a la Presentación y se repite en los tres volúmenes que compilan los artículos de la Revista de Crítica Cultural. El paréntesis es mío.

[3]  Nelly Richard. Crítica y política, Santiago de Chile, Palinodia, 2013, pp. 31-32.

[4]  Cfr. César Zamorano. Revista de Crítica Cultural: Pensando (en) la transición, (Dissertation presented in Partial Fulfillment of the Requirements for the Degree Doctor of Philosophy), University of Pittsburgh, 2014, p. 19.

[5]  Íbid., p. 45.

[6]  Dicho proyecto es mi tesis doctoral.

[7]  Cfr. Nelly Richard. Feminismo, género y diferencia(s), Santiago de Chile, Palinodia, 2008, pp. 26-27. [Como menciono en el texto, ¿Tiene sexo la escritura? fue incorporado en 1993 en el libro Masculino/Femenino publicado por Francisco Zegers Editor. Una versión corregida de este artículo fue publicada en 2008 por la editorial Palinodia en Feminismo, género y diferencia(s).

[8]  Es durante este período en que se aprueba la Ley de Aborto en 3 causales, volviendo a traer a la legislación chilena la posibilidad del aborto terapéutico que fuera eliminado durante los últimos días de la dictadura pinochetista.

[9]  Nelly Richard. “La crítica feminista como modelo de crítica cultural”, Debate Feminista, vol. 40, octubre 2009, pp. 75-85. Disponible en http://www.debatefeminista.pueg.unam.mx/wp-content/uploads/2016/03/articulos/040_06.pdf, p. 79. 

[10] Cartografías del deseo fue publicado en Chile por Francisco Zegers, editor de los primeros textos de Richard y de otros artistas, escritores y poetas como Diamela Eltit, Carmen Berenguer, Paz Errázuriz yArturo Duclos. Vía Néstor Perlongher es perceptible también una influencia de Guattari que es reconocida en entrevistas por Richard y también por Pedro Lemebel que en varias ocasiones refiere a este autor y a Deleuze como una de sus “inspiraciones escriturales”.

[11] Esta muestra fue expuesta en el año 2006 en el Centro Cultural Palacio La Moneda bajo la curaduría del académico y crítico de arte Guillermo Machuca. 21 mujeres artistas visuales fueron parte de la muestra. Una reseña sobre la intervención y el texto curatorial puede encontrarse en Arte y Política 2005-2015, editado por Nelly Richard en 2018. Allí mismo se encuentra información referente a “Handle with care”.

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