*Karen Glavic
Ponencia
presentada en la X Jornada de Historia de las Izquierdas, Centro de Documentación
e Investigación de la Cultura de Izquierdas CeDinCi, Buenos Aires, octubre de
2019.
La Revista: la transición de una
escena
El primer número de la Revista
de Crítica Cultural aparece en el año 1990, mismo año del retorno a la
democracia. Se anunciaba, para entonces, una “democracia protegida”, una
transición que desde las negociaciones, pugnas y acomodos que posibilitaron el
plebiscito de 1988, en el que triunfó el NO a Pinochet, se podía vislumbrar un
escenario de debate y política cultural que estaría tensionado por una
institucionalización de las formas más creativas de resistencia de los años
ochenta y un ejercicio de pacto y consenso que perseguiría un clima de
gobernabilidad. La Revista fue publicada por casi 20 años con una
frecuencia bianual, tuvo un carácter independiente y sin encargo que solo
respondió a la voluntad y energía de quienes se [sintieron] autoconvocados
por su proyecto.
De allí que podría leerse el “deseo de revista” en el que Richard cita a
Beatriz Sarlo a propósito de Punto de Vista. La Revista de Crítica
Cultural (en adelante RCC) fue una revista que sin dependencias
institucionales circuló en un campo intelectual que respondía a proyectos
políticos, estéticos y culturales diversos en el que la noción de margen o
no-institucionalidad tiene ribetes matizados. Si bien es cierto que la RCC no
fue un proyecto universitario ni tampoco ligado a grandes editoriales, que
arrastró además la precariedad ochentera de la circulación acotada, el lenguaje
opaco y la oposición a los relatos que se erigían como dominantes sobre todo en
el campo de las ciencias sociales, sí contó con la publicación y participación
de renombrados intelectuales, artistas y escritores, que paulatinamente fueron
configurando un campo que hasta el día de hoy es interrogado y vuelto a
interrogar en su autodenominada adjetivación de “marginal”. Mucho de ello
responde, sin duda, a la profusa y necesaria lectura y relectura que ha tenido
el texto Márgenes e Instituciones de Nelly Richard, publicado en 1986,
en el que se presentaba un panorama sobre la llamada Escena de Avanzada, que
agrupó a artistas diversos y dispares en sus proyectos, poéticas y prácticas
como Carlos Leppe, Juan Dávila, Eugenio Dittborn, Diamela Eltit, Raúl Zurita,
Lotty Rosenfeld, Carlos Altamirano, el filósofo Patricio Marchant, el sociólogo
Fernando Balcells, y otros y otras que fluctuaron en una suerte de anudamiento
amoroso, una construcción de escena sobre la que nadie podría dudar a estas
alturas que la voluntad de Richard tuvo mucho de responsabilidad para su
invención como cuerpo.
Mirar la Revista
con detención es encontrar un panorama riquísimo de los debates intelectuales
del Chile de los noventas y dos miles. No cualquier Chile, claro. El Chile de
parte de un campo intelectual que provenía de una cultura de izquierdas crítica
del fracaso del proyecto de la Unidad Popular, del dogmatismo estético de la
izquierda partidaria y de las exploraciones conceptuales que fijaban terreno y
servían de colchón para las políticas culturales del neoliberalismo.
Intelectuales y artistas que eran legibles en las filosofías y gramáticas de
“lo post” y que hicieron del debate modernidad/postmodernidad,
dictadura/postdictadura, centro/periferia, autoritarismo/democracia, política/micropolítica,
“crisis de los grandes relatos”, crítica cultural/estudios culturales,
margen/institución, debate teórico/disciplina universitaria,
masculino/femenino, entre otras, temáticas recurrentes para la discusión y
escritura. Señalo estos pares en clave oposición y binarismo no sin estar
advertida que en ello hay también un gesto que es propio de la escritura de
Richard, de la lengua que explora y en la que circula con soltura y sin
ataduras: la de “las filosofías de la deconstrucción”, esa en donde la crítica
a los binarismos deviene multiplicidad y puntos de fuga.
El primer número de la
RCC, publicado en mayo de 1990, compilaba autores y artistas ya conocidos para
la Escena de Avanzada y sus interlocutores. Diamela Eltit y el filósofo
Carlos Pérez Villalobos (ambos se mantendrían en el consejo editorial durante
los 36 números), Adriana Valdés, Eugenia Brito, la portada de Lotty Rosenfeld y
el diseño de Carlos Altamirano, más el diálogo que ya se había inaugurado con
los sociólogos de la transición en la voz de José Joaquín Brunner, y los envíos
y renvíos con intelectuales argentinos como Nicolás Casullo y Beatriz Sarlo,
sobre los que es posible observar tanto una línea filiatoria en cuanto al tipo
y contenido de la Revista, como un intercambio amistoso que se gesta
durante los ochenta en encuentros en la ciudad de Buenos Aires. El consejo
editorial estaba también integrado por el artista Juan Domingo Dávila, a quien
Richard dedicó escritos e interpretaciones de su obra, quien ya se encontraba
radicado en Australia y sirvió de editor de la Revista en dicho país, y fue
responsable también de parte de la recepción de los textos de Richard en el
extranjero.
Las lecturas sobre la Escena
de Avanzada y el arte en Chile de los últimos cincuenta años han ahondado
en el ejercicio de interpretar la creación e instalación del “concepto Escena
de Avanzada” por parte de Nelly Richard. A través de entrevistas a sus
(supuestos) protagonistas –pienso por ejemplo en el trabajo de Federico Galende
en el libro Filtraciones o en las investigaciones doctorales de
Paulina Varas, Tomás Peters y Ana del Sarto– ha
existido una prolífica interpretación, búsqueda, preguntas,
rememoraciones y también disputas con esta construcción y denominación. La
misma Richard se ha referido a ella en incontables ocasiones y retoma el hilo
de estos conatos en libros como La Insubordinación de los Signos (2000)
o Crítica y Política (2013), este último en conversación con Miguel
Valderrama y Alejandra Castillo. Y, sin duda, resulta interesante observar una
suerte de despliegue local y situado de unas “políticas de la amistad”, pero
eso no debe descuidar la evidente intención de debate teórico e instalación de
temas, autores y puntos de vista que Richard propone en los distintos proyectos
que podríamos agrupar bajo el rótulo ambicioso y quizás algo molesto de “su
obra” o “trayectoria”. Por lo tanto, más que el tras bambalinas de quiebres,
enamoramientos y distancias, resulta interesante y necesario leer el pulso que
la Revista de Crítica Cultural acompasó con proyectos como la
Universidad Arcis, la Editorial Cuarto Propio, editores como Francisco Zegers,
librerías como la Librería Lila, la librería de mujeres que fundara Jimena
Pizarro, la primera en Chile y que nació en dictadura, los gestores de la
Galería Metropolitana, entre muchos otros. De la Revista participan
también artistas y diseñadores como Carlos Altamirano, Guillermo Feuerhake (que
trabajaba con Eugenio Dittborn), José Errázuriz y Rosa Espino. Nombres que tal
vez pudieran perderse entre otros, pero que son parte del trazado de la
cartografía intelectual y estética de la RCC. Lo mismo corre para personas como
la fotógrafa Rita Ferrer que se integra al equipo de distribución y publicidad
en el año 1993, traspasando luego ese rol a Luis Alarcón y a Ana María
Saavedra, quienes son hoy importantes gestores artísticos desde la Galería
Metropolitana en la popular comuna de Pedro Aguirre Cerda en Santiago. El muy
prolífico avisaje de la Revista es expresión también de las
alianzas, cercanías y fidelidades que el proyecto editorial de Richard sumó
durante sus 20 años de existencia: la ya nombrada Universidad Arcis, la
Facultad de Artes de la Universidad de Chile, el Museo de Bellas Artes y el
Museo de Arte Contemporáneo, editoriales como LOM y Metales Pesados, la
División de Cultura del Ministerio de Educación desde donde comenzaría a
impulsarse una de las políticas culturales más características de los gobiernos
concertacionistas, el Fondart; e incluso el Centro de Estudios Públicos, un
think tank de derecha, con algunos miembros reconocidamente liberales y
abiertos al debate de ideas con las izquierdas, y otros explícitamente
conservadores.
Hay en la RCC su propio
ejercicio de inscripción y lectura de la transición democrática, y su formato y
propuesta da cuenta del tránsito que el propio “proyecto intelectual” de Nelly
Richard estaba viviendo, pero, por sobre todo, leyendo de la coyuntura
político-cultural chilena, de los debates latinoamericanos, y también de la
academia norteamericana y francesa. Es por esta razón que antes hacía hincapié
en la necesidad de poner en suspenso o, más bien, situar la noción de margen o
independencia para hablar de la Revista. Es cierto, su circulación y
financiamiento fue siempre a pulso, en base al avisaje y las suscripciones, pero
también recibió fondos estatales vía Fondart y el auspicio de la Rockefeller
Foundation y la Fundación Prince Claus de Holanda para algunos números. No
parece, eso sí, que ello haya cambiado su línea editorial o modificado sus
objetivos de base, sino que más bien sirvió para asegurar la publicación de
ciertos números y su regularidad bianual. Los autores que la Revista compiló
también sugieren una presencia intelectual internacional y un estado
actualizado de los principales debates teóricos a nivel latinoamericano, pero
ello no puede perder de vista el carácter aislado y periférico del campo
intelectual chileno.
Usar la palabra
transición para este apartado es también remarcar un debate. Hacer una apuesta.
Richard desde los años ochenta fue parte de discusiones sobre arte, política y
cultura con renombrados sociólogos chilenos. Norbert Lechner, Tomás Moulian,
José Joaquín Brunner, entre otros, representaron los diálogos que la
(posterior) crítica cultural inauguraría con centros de pensamiento como
Flacso, y la sociología tanto en su versión de “transitología” y elaboración de
políticas culturales para los gobiernos concertacionistas, como en su versión
más crítica pero también sorpresivamente masiva, si recordamos que el Chile
Actual, anatomía de un mito de Moulian fue best seller en plenos (y
renovados) años noventa. Una de las insistencias de Richard, y me atrevería a
decir, de la RCC es preferir la palabra postdictadura por sobre la noción de
transición. Esto como un ejercicio doble: de un lado, como forma de
distanciarse de los pensadores de la transición democrática que no serían otros
que los profundizadores del modelo neoliberal chileno; y por otro, como forma
de circundar y expandir las discusiones en torno a “lo post”, el prefijo post
sobre la palabra dictadura, que tiene la virtud de no soslayar la palabra
dictadura y todas sus insistencias (lo traumático, la impunidad, el sistema
económico) y además dar cuenta de un cambio de registro que para Richard antes
que temporal es epistémico:
Creo, más bien, que lo
“post” –como una zona difusa se superposiciones y entrecruzamientos de
registros no diacrónicos– no pertenece al orden simple de una cronología hecha
de despidos y cancelaciones sino a la mutación de ciertos paradigmas que la
modernidad creía enteramente sólidos y que luego se fragmentaron, abriendo paso
a estados de sensibilidad y pensamiento más fluctuantes e indeterminados. El
“post” (postestructuralismo, postmarxismo, postfeminismo, etcétera) marca,
entonces, un salto epistémico que ayuda a reconceptualizar ciertos nudos
teóricos de las matrices de origen del discurso de la modernidad (en la
filosofía, la historia o la cultura), desocultando lo que había quedado
reprimido o silenciado por sus dogmas y cánones.
Tras afirmar esto,
Richard insiste en que, si bien, el debate modernidad/postmodernidad ya no está
vigente (el libro citado fue publicado en 2013), persiste una caricatura sobre
lo “postmoderno” que residiría en asociarlo con las “teorías del fin de la
historia” o las “estéticas del simulacro”. La autora defiende la posibilidad
que lo “post” ha brindado a la teoría para distanciarse de los dogmatismos del
marxismo clásico, pero se resguarda de los gestos desmovilizadores o los guiños
al neoliberalismo que pueden hacer estas teorías, que acaban clausurando la
posibilidad de pensar proyectos emancipatorios. Cabe destacar, y algo más de
ello hablaremos en el segundo apartado, que Nelly Richard se ha caracterizado
por relacionarse con la teoría de manera bastante heterodoxa. En cierto modo,
la crítica cultural representa la invención de una lengua que construye una
poética, una crítica de la crítica, que hilvana cruces entre estética,
política, estudios culturales y teoría feminista. Es por eso que es usual leer
en sus textos la expresión “filosofías de la deconstrucción”, “filosofías de la
diferencia” o conceptos como “devenir”, “lo minoritario”, “micropolítica” o
“líneas de fuga”, utilizados de manera libre, a veces con referencias textuales
y otras con referencias indirectas (un apellido en paréntesis que sugiere al
autor). Se hace difícil seguirle la pista, a veces, su escritura circula y
transita, por ejemplo, por una “diferencia” que podría remitirse a Deleuze, a
Derrida o a un feminismo de la diferencia, cuestión que le ha traído enconados
debates con la filosofía chilena y su obstinación, en determinadas
circunstancias, con preservar los límites y el resguardo de la exégesis
filosófica.
Siguiendo a César
Zamorano,
me parece importante destacar la posibilidad de leer a la RCC como un ejemplo
de revista cultural en que se aprecia la relación el entorno político y
cultural, que toma además posición sobre la figura del intelectual como un
productor de narrativas que pueden intervenir en el aparato social y político
de una época. En diálogo con los discursos de la sociología, la filosofía y la
estética, la Revista, sin duda, busca instalar en determinado momento
debates que puedan ser relevantes y decisivos para el período democrático que
se instala. La cultura es considerada aquí un campo de lucha crucial en
constante proceso de territorialización y desterritorialización –en sentido
deleuziano–
que retoma la hebra de la lucha antidictatorial de los actores de la Escena
de Avanzada, incluyendo nuevas voces e intervenciones reconocibles tanto a
nivel nacional como latinoamericano.
Nelly Richard, una escritura
antifalogocéntrica
Una lectura feminista de
los textos de Nelly Richard y, en específico, del proyecto de la RCC tiene la
complejidad de su profuso campo de referencias y también, para el caso de la Revista,
imagino, las discusiones, acoples y consensos de todo proceso editorial
colectivo. Es por ello que ensayo lecturas a partir de lo que es posible
conectar e intuir de la relación entre publicación y procesos políticos, y
recepción de temas e intelectuales que la RCC deja ver. Es todo aún
exploratorio, y también un fragmento de un proyecto más amplio que es leer a
Nelly Richard en clave feminista. Parecerá una obviedad, pero lo cierto es que es un proyecto todavía por desarrollar de
manera sistemática.
Me parece que es posible hacer varias aproximaciones a esto que he llamado el deseo
feminista en la Revista de Crítica Cultural. De un lado, me parece
que es posible afirmar que en Richard la teoría feminista ha estado siempre
presente como marco de interpretación y como insistencia política. Hay
lecturas, como la tesis doctoral de Ana del Sarto que luego se transformaría en
el libro Sospecha y goce publicado en Chile por la Editorial Cuarto
Propio, que relacionan estrechamente el trabajo de Richard con los textos de
Julia Kristeva. Si bien es cierto que Cuerpo Correccional que acompaña
las performances del artista Carlos Leppe u otras lecturas en torno a lo
semiótico son parte del bagage teórico de Richard, es también cierto que los
usos teóricos de Kristeva están acotados momentos específicos, y a un híbrido
entre texto-catálogo y ensayo. Las referencias a la madre (aquella
reminiscencia obviamente kristeviana que se dejaría leer en el análisis de
Leppe) parece ser un uso más bien táctico, pero sobre todo necesario para
cierto contexto y ciertas obras. En resumidas cuentas, la obra de Leppe “pedía”
una lectura de Julia Kristeva, quien además, obviamente, resultaba ser para
entonces una lectura que llegaba a Richard y otros intelectuales chilenos por
una cierta filiación con autores franceses. Cabe destacar también que la
recepción intelectual estaba mediada por el contexto autoritario, el exilio y
el desmantelamiento institucional de las universidades, y sumado a ello, la decisión
de Richard y de los artistas y algunos escritores y escritoras de la Avanzada
de permanecer al margen de la institución académica y los saberes ortodoxos.
También se agrega un gesto de resistencia que hace de la opacidad un arma de
lucha, una suerte de trinchera que en lo enrevesado de las formas y la “no
transparencia” de los contenidos, pretendía ser crítica con el momento
presente, con la represión dictatorial y con el arte de izquierdas que
persistía en la literalidad y la propaganda. Para esos fines, autoras como Kristeva
“prestaban servicios” sin dejar de instalar un nombre que a pesar de las
interrogaciones que podemos hacer a su obra, también imprimía un carácter de
compromiso teórico y político en proyectos como Tel Quel. Me parece que
tanto en Cuerpo Correccional como en La Cita Amorosa, texto
escrito también en formato ensayo-comentario de obra sobre el artista Juan
Dávila, es posible leer el cruce que Richard establecía entre aquellas lecturas
de las “filosofías de la deconstrucción” que recibía, discutía y compartía, en
donde la noción de lo femenino circulaba entre el travestismo y lo materno, del
mismo modo en que aparecían referencias a “lo múltiple”, la pornografía, la prótesis, la homosexualidad, la diferencia
sexual, entre otras, que parecían sobre todo remitir a un sujeto ya escindido,
roto, pasado, sí se quiere, por el filtro de las filosofías posthumanistas,
pero por sobre todo por la interrogación del carácter universal que volvía
coincidente en sí lo masculino y la heterosexualidad. El juego de palabras, los
fragmentos que Richard redacta en torno a la pintura de Dávila dialogan con
soportes artísticos, conceptos, firmas y citas, en una suerte de búsqueda de
lecturas improbables pero también íntimas, que revelan un claro tú a tú entre
el artista y su crítica. Ese intercambio, este tipo de dupla fue una
característica del trabajo de Richard con algunos artistas y también del arte
en Chile en ciertos círculos, por qué no decirlo. Tanto Kristeva como el
travestismo y la homosexualidad han sido entradas al feminismo de Nelly
Richard. Si observamos, por ejemplo, la reciente compilación de textos
publicada por la editorial Metales Pesados (2018), que lleva por nombre Abismos
temporales. Feminismo, estéticas travestis y teoría queer, y retoma y
ordena artículos publicados desde los años ochenta, vemos como se intenta
trazar un hilo que permita hacer del travestismo una línea de lectura en sus
textos, retomando los análisis sobre Leppe, recuperando diálogos con Pedro
Lemebel y textos sobre Las Yeguas del Apocalipsis, haciendo de ello un
cuerpo organizado en conversación con el biólogo y activista Jorge Díaz.
Pero ni la madre ni el
travestismo son las únicas entradas. Las lecturas sobre Richard y también las
conversaciones con ella que abordan su trabajo son cada vez más cautas en no
generar cierres. Es que la autora no los permite aunque se pudiera asociar sus
textos a un registro de “lo post”. No hay fidelidad con ese corpus, ya lo hemos
dicho, y Richard lo ha nombrado según diversos autores en distintos momentos:
como “usos coyunturales de la teoría” siguiendo a Stuart Hall, como
“insurrección de los saberes sometidos” siguiendo a Foucault o como “intimidad
crítica” siguiendo a Mieke Bal. Lo cierto es que, independiente de la
denominación, es posible observar una exploración por un tipo de elaboración
teórica que subvierte los límites académicos y disciplinares mucho antes de las
discusiones en torno a la inter o trans disciplina, o la hibridación de saberes
en los estudios culturales. El ensayo de Richard es teóricamente nómade pero
comprometido con ciertas causas. Una de ellas es el feminismo.
Uno de los grandes hitos
feministas de los años ochenta en Chile fue la realización del Primer Congreso
Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana en el año 1987. Hacia
fines de la dictadura, pero con ella aún completamente vigente, la organización
de un encuentro de esta naturaleza significaba varias cuestiones importantes
para el campo de las letras en Chile. El movimiento feminista había tenido una
importante rearticulación con motivo de la resistencia a la dictadura, las
mujeres conformaron espacios políticos en torno a la denuncia de la
desaparición y la exigencia del fin de la impunidad y la defensa de los
derechos humanos, pero también sobre la necesidad de pensar una democracia que
extendiera sus límites hacia el ámbito de lo privado. Ya es de público y
extendido conocimiento la famosa frase de la socióloga feminista Julieta
Kirkwood: “democracia en el país y en la casa”,
que fue y sigue siendo representativa de la sabida exclusión de las
mujeres del espacio público y la negociación política que trajo consigo la
democracia. El Congreso de Literatura Femenina agrupó a escritoras chilenas
como Diamela Eltit, Eugenia Brito, Carmen Berenguer, Raquel Olea, la propia
Richard, y ensayistas argentinas como Beatriz Sarlo y Josefina Ludmer. La
reunión consistió en tratar “lo femenino” en la escritura y la “escritura de
mujeres”, por lo que las ponencias refirieron a autoras como Gabriela Mistral, Marta
Brunet, Victoria Ocampo, Clarice Lispector o las venezolanas Elena Vera y María
Auxiliadora Alvarez. De allí es posible extraer dos artículos clave de Richard Seducción/Sedición,
leído en la inauguración del Congreso y publicado luego en La estraficación
de los márgenes (1989) y ¿Tiene sexo la escritura? Incluido
posteriormente en Masculino/Femenino (1993). En ambos textos
Nelly Richard buscaba poner a circular “puntos de fuga” en torno a lo femenino,
cuestionando el esencialismo de una “literatura de mujeres”, una “escritura
femenina”, pero aún fuertemente influenciada por “lo femenino” en su potencia
de devenir-minoritario, remitible, por cierto, a lecturas de Gilles Deleuze y
Felix Guattari. No deja de estar también allí presente aún la influencia de
Kristeva, pues se introduce la discusión con la falta lacaniana, en virtud de
la inadecuación básica de la mujer con el campo de lo simbólico que le
permitiría generar una suerte de “identidad” pre-discursiva no asimilable al
consenso socio-masculino.
Remito a estos
antecedentes y exploraciones porque brindan algo de contexto a los nombres que
se repiten en las intervenciones de la Revista. Con distancias teóricas
y políticas, pero con un profundo respeto mutuo y colaboración es posible ver a
escritoras como Diamela Eltit, Eugenia Brito, Carmen Berenguer, Raquel Olea;
filósofas y artistas como Guadalupe Santa-Cruz, Olga Grau, Lotty Rosenfeld, Paz
Errázuriz o Kemy Oyarzún son figuras a repetición en las páginas de los 20 años
de edición de la RCC. Todas ellas, con diferentes narrativas –más otras que
seguramente paso por alto– participaron desde la crítica literaria, la
literatura, la filosofía, la poesía, el arte y la fotografía en registros que
podríamos llamar feministas. Provienen de la Escena de Avanzada,
participaron del Primer Congreso de Literatura Femenina o fueron parte de
centros de estudio y organizaciones no gubernamentales feministas.
Probablemente, una de las características que las agrupó fue cierta
independencia partidaria y gubernamental, aunque algunas de ellas fueron
militantes de partidos y formaron centros de estudios de género universitarios,
se mantuvieron al margen y con un discurso crítico en torno a la asimilación
que los gobiernos concertacionistas hicieron de las temáticas de género en el
Servicio Nacional de la Mujer que se inauguraría con la recién alcanzada
democracia.
Gran cantidad de las
páginas que Richard dedica al feminismo están dirigidas a la pugna con la
palabra género. Mucho antes, según ella misma reconoce, de lecturas menos
normativas sobre el término que pudieran sugerir autoras como Judith Butler o
Donna Haraway, el género se transformó en la asimilación de la potencia rebelde
de las manifestaciones feministas de los años ochenta, siendo reducidas a la
aplicación de políticas públicas que relegaron durante muchísimos años temas
clave en las agendas feministas: el divorcio, la violencia de género
(circunscrita durante años al término “violencia intrafamiliar”) y, por cierto,
el aborto legal. No es hasta el segundo gobierno de Michelle Bachelet que el
antiguo Sernam adquiere el carácter de Ministerio (específicamente en marzo de
2015) y es encabezado por la militante comunista Claudia Pascual.
Por más de veinte años los gobiernos de la Concertación hicieron del Sernam una
moneda de cambio que permitió mantener una agenda valórica conservadora. Desde
1990 el Sernam fue un espacio ganado y administrado, principalmente, por la
Democracia Cristiana.
Varios textos de Richard
buscaron poner en distancia los feminismo(s) del género. En ellos analiza no
solo el potencial que las “filosofías de la deconstrucción” tienen en alianza
con el feminismo, sino que también evidencia cómo la institucionalización a
través de la palabra género terminó relegando a las mujeres y sus temáticas a
espacios guetificados como servicios públicos o centros de estudios de género
universitario. Es por ello que destacó en oportunidades el rol de la crítica y
emparento a la crítica cultural como modelo de crítica feminista. Sobre esto es
interesante una descripción de la autora en un texto publicado en 2009:
Las nuevas producciones
críticas del feminismo teórico son también un modelo de crítica cultural por la
manera en que prefieren las vueltas y las revueltas de una textualidad híbrida
a la exposición científico-social de los conocimientos moldeados por la
industria del paper que suele aplicar el sociologismo de género a las
agendas temáticas de las políticas públicas. Tal como lo sugiere Ana Amado a
propósito de Donna Haraway, son cada vez más las feministas que despliegan sus
teorías “como una ficción apasionada, sin reconocer fronteras entre la
reflexión especulativa, la estética y la política” (Amado: 2000:235),
recurriendo para ello a figuraciones del pensamiento, a “conceptos-metáforas”
que se mueven en sutil rebeldía contra las guías investigativas de las
demostraciones-de-saber que controlan el registro científico-social de los
datos numerables y verificables.
Hay en
Richard un nomadismo teórico, pero también una estrategia y un compromiso con la
causa feminista. Esto, se ejemplifica en una autora que no deja de intervenir
en el espacio público, que elabora oportunos textos a la marea feminista de los
últimos años y que, sobre todo, está siempre actualizando en función de lo que
el presente exige.
¿Otro margen?: el debate
feminista en la Revista
Luego de un repaso
panorámico sobre algunos aspectos relevantes del feminismo en Nelly Richard,
quisiera destacar como esto es reflejado en la RCC. Ya decía antes, muchos de
los nombres que vienen estableciendo diálogos cómplices, intervenciones y
discusiones feministas con Richard son parte de la escena crítica ochentera.
Digo crítica pues son parte de una izquierda y un movimiento feminista
heterogéneo, difícilmente agrupable en un solo espacio de resistencia, pero sí
en varios focos artísticos, estéticos, culturales y políticos de oposición al
régimen autoritario. Decíamos que Diamela Eltit es parte del consejo editorial
de la Revista durante sus 20 años de existencia y aparece también en el
primer número. En sus diversas intervenciones publicará fragmentos de sus
novelas, aportará con reflexiones sobre Amanda Labarca, perfiles sobre Jean
Franco y la que fuera Secretaria General del Partido Comunista durante años,
Gladys Marín. No solo hablará de feminismo, también de memoria y crítica
literaria, fluctuará como Richard entre registros y los temas de la
postdictadura. Así ocurrirá con otras como Guadalupe Santa-Cruz y Eugenia
Brito; abordando feminismo y género serán más reconocibles Kemy Oyarzún y
Raquel Olea, pero llamarán la atención célebres textos como la conversación
sobre feminismo y deconstrucción entre Jacques Derrida y la española Cristina
de Peretti que fuera publicada en la revista mexicana Debate Feminista,
dirigida por Marta Lamas, y con anterioridad en la revista Política y
Sociedad de la Universidad Complutense de Madrid en 1989. Dicha entrevista
aterriza en el número 3 de la RCC, en 1991, y da cuenta de un énfasis, de un
interés por la deconstrucción y de una lectura y diálogo con otras revistas e
intelectuales feministas. Para el número 4, también de 1991, el turno será de
Felix Guattari, allí se publicará un texto del autor y una entrevista realizada
por Richard, más otro texto legible en el mismo campo temático,bajo la autoría
de Néstor Perlongher que tiene por título “Los devenires minoritarios”. Cabe
recordar que Guattari trenza una serie de relaciones con Latinoamérica que se
traducen en su colaboración con Suely Rolnik, su mirada “molecular” al proceso
del PT brasilero, y más tarde y por intermedio de Eugenio Dittborn también
visitará Chile. En aquel intercambio Richard participa y lo entrevista,
marcando una clara influencia que es perceptible en sus textos, pero también en
otros activistas, artistas, editores y escritores chilenos.
Hacia el número 9 (1994)
de la Revista aparecerá Chantal Mouffe con su “Feminismo, ciudadanía y
democracia radical”, y también una polémica: una revisión de la censura de la
que fuera objeto el Simón Bolivar travestido de Juan Dávila. De allí, número
tras número se repiten nombres que hemos ido introduciendo a lo largo de este
texto, pero sobre todo, Richard insiste en una operación crítica que definirá
en sí misma como feminista. Por cierto, no solo se encontrará en la RCC autores
circunscritos a las filosofías de “lo post”, también aparecerán allí los
sociólogos de la transición, y los debates en torno a los estudios culturales
en la voz de renombrados intelectuales como Néstor García Canclini o John
Beverley. Lo mismo correrá para Beatriz Sarlo quien usualmente publicará textos
antes editados en Punto de Vista o colaboraciones originales. Los
nombres masculinos se repetirán y, probablemente, serán mayoría. De allí que el
título de este apartado sugiera una pregunta por otro margen, esta vez, un
margen feminista. La pregunta contiene cierta trampa porque una de las grandes
discusiones que ha cruzado y problematizado a la noción de margen en Richard es
cómo éste logró ser a la vez un centro, es decir, cómo ese margen productivizó
una escena que estuvo lejos de la marginalidad con que se la describió, sobre
todo a la vista del paso de los años. No creo que el feminismo tenga esta
característica en la Revista ni tampoco en la obra de Nelly Richard. Si
bien la influencia de sus textos es reconocible, la invisibilización de la
teoría feminista en los debates intelectuales en Chile es claro y rastreable,
sobre todo si consideramos que varios de los interlocutores y debatidores de
Richard provenían del campo de la filosofía y la sociología. La autora ha
reconocido en entrevistas y textos las pugnas que estos temas “particulares” le
traían con sus más cercanos amigos y colaboradores, en la medida en que eran
vistos como debates no centrales. De hecho, pareciera que la inclusión de
autoras y lecturas feministas sobre el arte y la memoria fue constante, pero
siempre menos preponderante que otros temas. Igualmente, no deja de ser
relevante la incorporación desde sus inicios de autores y reflexiones clave
para los cruces entre teoría feminista y postestructuralismo, y es observable
como Nelly Richard imprime en sus artículos en la RCC la impronta de crítica
feminista que la caracteriza, que entremezcla discursos y lenguajes entre
poética, política y estética. La Revista de Crítica Cultural se dio fin
sin despedidas, llegó hasta el número
36, publicado en diciembre de 2007, tras casi 20 años de edición bianual
ininterrumpida. En el número 35 de junio del 2007, fue incorporado un dossier
clave para la discusión del arte de mujeres en Chile de los últimos años, un
debate que marcaría un quiebre respecto
del lugar del feminismo en la curaduría y la práctica artística. La crítica
suscitada en torno a la exposición “Del otro lado. Arte contemporáneo de
mujeres en Chile”
curada por Guillermo Machuca, generaría controversias e intervenciones que
tuvieron respuestas como la exposición “Handle with care” de Ana María
Saavedra, Soledad Novoa y Yennyferth Becerra que ironizaba desde el título con
la mirada masculina sobre “lo otro” femenino, presente en la exposición de
Machuca, pero, por cierto, no sólo allí. El llamado de atención se dirigía a la
estética, al arte, a la política. Para entonces Chile había movilizado un poco
su conservadurismo con las primeras movilizaciones estudiantiles, una mujer
presidenta demandaba ciertos ajustes en temas de paridad, pero, por sobre todo,
la memoria de la movilización feminista de los ochenta, la aparición de nuevos
colectivos, referencias teóricas e intelectuales, marcaron un nuevo ciclo que
puso fin al deseo que movilizó la creación y puesta en marcha de la RCC. Los
últimos números ya registran textos de la filósofa Alejandra Castillo. El
número 36 incluye al artista Felipe Rivas San Martín, a Judith Butler, al
activista Víctor Hugo Robles “el Che de los Gays” y a la jueza lesbiana Karen
Atala que remeció el espacio público nacional con la disputa por la tuición de
sus hijas, que perdió ante su exmarido por su orientación sexual. La Revista
baja la cortina discutiendo sobre el parentesco homosexual con las voces
actuales del feminismo y la disidencia sexual, y con un texto de una de las
filósofas más influyentes para el campo de la teoría queer, aquella que además
haría a Richard y (al feminismo francés, por cierto) poner en duda la
influencia temprana de las lecturas de Julia Kristeva. Esta suerte de círculo
para nada prolijo, este paisaje sinuoso de referencias, muestra las
oscilaciones de una intelectual viva, atenta, despierta y receptiva ante las
actualizaciones teóricas, los cambios y giros epocales, vanguardista,
actualizada, exigida por el presente. Todo esto le ha traído críticas,
discusiones y ha generado acalorados e interesantes debates para el arte, la
crítica cultural y la filosofía en Chile. Si el desliz vanguardista o la
insistencia en el presente se lee desde una óptica feminista, Nelly Richard es
una activista, una tomadora de palabra que no teme pensar sobre la marcha,
mezclar conceptos y hacer de la teoría un espacio de cruce, frontera, préstamo,
traducción, pero también invención de necesarios imaginarios feministas.
Referencias
- Mieke
Bal. Conceptos viajeros en las
humanidades. Una guía de viaje, Murcia, Cendeac, 2009.
- Ana del Sarto. Paradojas en la periferia. Nelly Richard y la crítica cultural en América
Latina (Dissertation presented in Partial
Fulfillment of the Requirements for the Degree Doctor of Philosophy), The
Ohio State University, 1999.
- Federico Galende. Filtraciones.
Conversaciones sobre arte en Chile (1960-2000), Santiago de Chile,
Alquimia, 2019.Tomás Peters. Nelly Richard’s crítica cultural:
Theoretical debates and político-aesthetic explorations in Chile (1970-2015),
(submitted for the degree of Doctor of Philosophy), Birkbeck, University of
London, 2016.
- Nelly Richard. La insubordinación de los Signos (cambio
político, transformaciones culturales y poéticas de la crisis), Santiago de
Chile, Cuarto Propio, 2000.
- Nelly Richard. “La
problemática del feminismo en los años de la transición en Chile”, en Estudios
Latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de
globalización 2, CLACSO, Buenos Aires, 2001. Disponible en http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20100914035407/15richard.pdf
- Nelly Richard. Feminismo, género y diferencia(s),
Santiago de Chile, Palinodia, 2008.
- Nelly Richard (ed.). Debates críticos en América Latina, vol. I,
II III, Santiago de Chile, Arcis/ Cuarto Propio/ Revista de Crítica
Cultural, 2008-2009.
- Nelly Richard. “La crítica
feminista como modelo de crítica cultural”, Debate Feminista, vol. 40, octubre
2009, pp. 75-85. Disponible en http://www.debatefeminista.pueg.unam.mx/wp-content/uploads/2016/03/articulos/040_06.pdf
- Nelly Richard. Crítica y política, Santiago de Chile,
Palinodia, 2013.
- César Zamorano. Revista de Crítica
Cultural: Pensando (en) la transición, (Dissertation presented in Partial
Fulfillment of the Requirements for the Degree Doctor of Philosophy),
University of Pittsburgh, 2014.
Nelly Richard (ed.). Debates
críticos en América Latina, vol. I, II III, Santiago de Chile, Arcis/
Cuarto Propio/ Revista de Crítica Cultural, 2008-2009, p. 7. El texto
corresponde a la Presentación y se repite en los tres volúmenes que compilan
los artículos de la Revista de Crítica Cultural. El paréntesis es mío.
Nelly Richard. Crítica y política,
Santiago de Chile, Palinodia, 2013, pp. 31-32.